Unos dicen que fue junto al pinar de los carabanchelillos, otros que junto al ahora asilo de San José al lado de Cuatro vientos en Madrid o en el pequeño bosque junto a las presillas en la localidad de Alcorcón. En todos los casos muy cerca del termino municipal de Leganés y del barrio de La Fortuna.
Lo más curioso de la situación que aquí os traigo es que "Luis Callejo", vecino y natural de Leganés, fue la persona que decidió el lugar donde se realizaría el último de los duelos con pistola recogidos por la historia, entre don Antonio de Orleans y Borbón, Duque de Montpensier, hijo pequeño del ex rey Luis Felipe de Francia, infante de España por su matrimonio con doña Luisa Fernanda hermana de la reina Isabel II, aspirante al trono de España y su primo Enrique de Borbón, duque de Sevilla, infante de España por nacimiento y no por matrimonio, nieto de Fernando VII y hermano del rey Francisco de Asís, el marido de Isabel II. ¡Casi nada!
De nuestra ciudad, Leganés, ya os he contado alguna cuestión relativa a sus leyendas y personajes con anterioridad. La primera de ellas fue la curiosa y simpática historia de "PEPE LECHES" y ahora este relato sobre un suceso que tendría consecuencias para los intervinientes y para el trono de España. Hablo del año 1870, cuando el presidente del gobierno era el general Juan Prim después del triunfo de la revolución gloriosa de 1868.
En esa época los duelos en toda Europa eran ciertamente normales, todos recordamos esas imágenes románticas de las películas, cuando los hombres se jugaban la vida en duelo por el nombre y honor de su amada o del suyo propio. Si se le ponía en entredicho, se insultaba o injuriaba, éste tenía pocas opciones para limpiar su honor según los cánones de la sociedad de ese momento y acudir a los tribunales para ello le hacía quedar en la mayoría de las ocasiones como un cobarde. De ahí que los duelos fueran el método de resolución de este tipo de conflictos. Quizá el último duelo a pistola.
Desde los periódicos de la época, la literatura e incluso el teatro, desde años antes de este suceso ya surgían voces que atacaban este hábito. Mariano José de Larra en 1835 escribía "El Duelo" en la Revista Mensajero, un texto demoledor contra esta práctica e ironizaba sobre el concepto erróneo del tributo al honor mal entendido:
"Mientras el honor siga entronizado donde se le ha puesto; mientras la opinión pública valga algo, y mientras la ley no esté de acuerdo con la opinión pública, el duelo será una consecuencia forzosa de esta contradicción social. Mientras todo el mundo se ría del que se deje injuriar impunemente, o del que acuda a un tribunal para decir: me han injuriado, será forzoso que todo agraviado elija entre la muerte y una posición ridícula en la sociedad.."
Está claro que esta practica ha finalizado y con el paso del tiempo olvidada. El duelo en el que participó nuestro vecino Luis Callejo causó un impacto terrible en la sociedad española y con ella desaparecieron las posibilidades para Montpensier de convertirse en rey, ya que las cortes nunca elegirían a un rey que se batía en duelo y, no sólo eso, sino que aprovechaba dicho duelo para matar a un adversario.
Un mes más tarde tuvo lugar el consejo de guerra al Duque de Montpensier que en esos momentos era capitán general del ejercito y se le castigó con un mes de destierro fuera de Madrid y la indemnización a la familia de Enrique de Borbón con 30.000 pesetas. Nuestro vecino de Leganés, Luis Callejo como participante y el resto de testigos serían condenados al pago de 1.200 pesetas y dos semanas de arresto domiciliario.
Callejo siguió a las órdenes de Montpensier hasta su muerte en el palacio de San Telmo. La justicia de la época, seguramente teniendo en cuenta el peso político del principal acusado, decidió considerar como "accidente" la muerte causada. Dicen que desde después de su participación y castigo por el duelo, Callejo volvió en contadas ocasiones a Leganés donde vivían sus padres y sus dos hermanos. Quizá no quería recordar esos dolorosos momentos.
El duelo
Desgraciadamente, un simple artículo de prensa publicado en La Época por el infante don Enrique, en el que denunciaba las maniobras de Montpensier para ocupar el trono español, fue el motivo por el que aunque no pareciera un grave insulto para la mayoría, se convirtiera en la razón por la que Montpensier retó al infante en duelo para reivindicar su honor que consideró ultrajado por el texto, el tono y las intenciones. Los caballeros resolverán las cuestiones en duelo.
Con sus levitas negras aparecieron la mañana del día 12 de marzo en la escuela de tiro de la dehesa de Carabanchel, con sus padrinos y ayudantes que ya habían previamente discutido las condiciones del duelo. Con pistolas, disparos alternativos mediante sorteo en el orden y la colocación, a la distancia de nueve metros marcada por piquetes. Las pistolas nuevas para evitar que anteriormente hayan sido usadas o modificadas, permitiendo que previamente los duelistas puedan probarlas. El duque de Montpensier es autorizado a usar gafas, ya que las utilizaba normalmente.
El Duque de Montpensier nombró como padrinos a Felipe de Solís y Campuzano, al teniente general Fernando Fernández de Córdova y al general Alaminos. Enrique de Borbón nombró al doctor Federico Rubio y a Emilio Santamaría. Como ya sabéis el lugar fue elegido por el ayudante de Montpensier, nuestro vecino Luis Callejo, un espacio próximo a lo que ahora es el barrio de la Fortuna en Leganés.
Acto seguido, se procedió a echar suerte con una peseta de plata para que ésta designara quién debía disparar primero y elegir el punto desde donde lo haría. En ambos resultados correspondió al Infante D. Enrique. Situados los combatientes en sus puestos, se cargaron las armas. Después de varios disparos alternos, al tercer intento cayó en tierra muerto el infante don Enrique, atravesada su cara por la bala. Dicen que éste no había practicado el tiro a pistola y sin embargo Montpensier pasó dos tardes disparando al blanco.
Llegados a este punto os dejo el desarrollo de los hechos, poner en marcha vuestra imaginación y disfrutar de las curiosidades de la historia y sus personajes, mientras nuestro vecino Luis Callejo permanecía testigo:
D. FERNANDO FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA traza una raya con tiza en el suelo. Camina diez pasos y traza otra raya. Se aparta a un lado.
FERNANDO. (Solemne.) Los señores duelistas pueden colocarse en sus puestos. (mira a D. FEDERICO RUBIO)
D. FEDERICO. (Asiente con la cabeza.) Que así sea.
Entra D. ANTONIO DE ORLEANS, duque de MONTPENSIER, y el infante D. ENRIQUE DE BORBÓN, duque de SEVILLA. Ambos visten sendas levitas negras. (Se miran fieramente.)
MONTPENSIER. Aún estáis a tiempo de pedir perdón y salvar la vida. No será deshonra que deis vuestro brazo a torcer ante el guerrero más valiente de Francia y de las Españas.
D. ENRIQUE. (Furioso.) Ni se os ocurra nombrar a España, hinchado pastelero francés. El único que ha de retractarse de algo es usted, que no paró de conspirar contra mi prima Isabel, la legítima reina, hasta que la echó. Lo único que le interesa es reinar, reinar, reinar. Maldito sea usted y maldita sea su estirpe de gabachos. Seréis Rey por encima de mi cadáver.
MONTPENSIER. (Más furioso.) Veremos si es capaz de mantener sus palabras mientras mastica mi bala, chupatintas.
D. ENRIQUE. ¿¿Qué me ha llamado??
MONTPENSIER. Chupatintas. Se lo repito (grita.): ¡Chupatintas!
D. FEDERICO. (Se interpone entre los dos.) ¡Señores! ¡Señores! ¡Calma! ¡Calma! En breve podrán resolver sus diferencias a plena satisfacción de ambos. Pero antes falta cumplir un pequeño trámite. (Mira a D. Fernando.) Don Fernando, haga usted el favor.
D. FERNANDO. (Saca una peseta de plata del bolsillo de la levita.) Si sale la República, empezará Don Enrique. Si es el escudo, hará los honores Don Antonio. ¡Que Dios reparta suerte! (Lanza la moneda al aire. Cae al suelo. La esfinge de la República brilla, reluciente).
D. ENRIQUE. La Fortuna ha hablado. (Se dirige a su padrino.) Don Federico, haga el favor de alcanzarme mi pistola. (Don Federico y Don Fernando se acercan a los duelistas. Cada uno lleva una caja grande de madera. La que lleva Don Federico luce el anagrama de los armeros Faure, Lepage y Mutier. En su interior hay dos pistolas talladas en ébano con afiligranadas incrustaciones. El metal del martillo brilla al sol de la mañana. (nunca había sido disparada.)
D. ENRIQUE. (Ríe socarrón. Se dirige a Montpensier.) Armas francesas para matar a un francés.
MONTPENSIER. Ya veremos quién mata a quién, chupatintas.
D. ENRIQUE. (La sonrisa se le borra de la cara.) ¡Vaya si lo veremos, maldito francés! (Carga la pólvora y la bala en la pistola.)
D. ENRIQUE. ¿Desea decir unas últimas palabras?
MONTPENSIER. Hágame el favor de disparar pronto, para que sea mi turno y pueda darle lo que se merece de una vez.
D. ENRIQUE. Así sea. (Apunta a Montpensier y dispara. La bala pasa zumbando sobre la cabeza del duque.)
MONTPENSIER. (Ríe.) ¿Eso es todo? Muy bien: me toca. ¿Desea usted decir unas últimas palabras?
D. ENRIQUE. (Pálido.) Sí. Que si pudiera volver atrás, volvería a escribir todo lo que escribí contra usted. España no merece un Rey truhán.
MONTPENSIER. (Se coloca las gafas.) Allá voy, pues. (Dispara. La bala pasa muy cerca de D. Enrique, pero sin rozarle.)
D. ENRIQUE. (Preocupado, pero lo disimula. Se da cuenta de que Montpensier tiene mejor puntería que él.) ¿Eso es lo único que puede hacer el mejor soldado de Francia y de las Españas? Gracias por regalarme una segunda oportunidad. No necesitaré una tercera.
MONTPENSIER (furioso). Ya veremos, chupatintas. (D. Enrique tuerce el gesto. Vuelve a disparar y vuelve a fallar.)
MONTPENSIER. Ya estoy harto de esto. Prepárese para saborear mi plomo.
D. ENRIQUE. Es usted el mayor fanfarrón de Francia y de las Españas. Dése prisa, o moriré de aburrimiento.
MONTPENSIER. Morirá pronto, pero no de aburrimiento. ¡El próximo artículo que escriba para escupir su bilis tendrá que publicarlo en la gacetilla del infierno! (Montpensier carga por segunda vez la pistola. Dispara, esta vez con más acierto. La bala acierta en la pistola de D. Enrique, partiéndola en dos. Rebota y atraviesa su levita. D. Enrique trastabillea.)
D. FEDERICO. (Corre hacia D. Enrique.) ¡Don Enrique! ¡Don Enrique! ¿Está usted bien?
D. ENRIQUE. (Temblando de miedo.) Estoy bien, maldita sea. ¡Tráigame otra pistola y apártese, Don Federico! Es mi turno, ¡y lo pienso aprovechar para mandar a este malnacido al otro barrio!
D. FEDERICO. Don Enrique, Don Antonio ha hecho blanco. El duelo podría acabar aquí, sin deshonra para nadie…
D. ENRIQUE. ¡De ninguna manera! Si no hay sangre sigue habiendo duelo. Son las normas. Y la bala ni me ha rozado. ¡Ni me ha rozado! ¡¿Me oye?! ¡Déme una maldita pistola!
D. FEDERICO. (Vuelve a acercarle la caja.) Aquí la tiene. Mucha suerte, Don Enrique. (D. Enrique coge la nueva pistola y la examina. La carga con mano temblorosa.)
D. ENRIQUE. (Mira a Montpensier. Aún sigue pálido.) Esto se acaba. (Montpensier asiente. Don Enrique apunta y dispara. La bala pasa lejos de D. Enrique.)
MONTPENSIER. (Sonríe.) Esto se acaba, sí. (Montpensier apunta y dispara. La bala atraviesa la cabeza de D. Enrique. D. Federico y D. Fernando se acercan y certifican la muerte. Montpensier se da la vuelta. Mira al público. Parece abatido.)
MONTPENSIER. Cada uno es dueño de sus palabras y esclavo de sus silencios. Pero ésa es una lección que Enrique de Borbón ya no tendrá oportunidad de aprender.fuente: madrilanea.com
No se puede asegurar si los presentes cumplieron con los usos y costumbres de los lances de honor y levantaron diligencias del suceso permaneciendo en el lugar hasta el levantamiento del cadáver, o bien el hormigueo en el estómago como consecuencia del sentimiento de culpabilidad o la llegada de la policía les hizo abandonar el lugar con cierta prisa dejando abandonado el cuerpo inerte del infante. De cualquier modo, al parecer después de que el Juzgado de Getafe permitiera levantar el cadáver, el cuerpo fue trasladado a los cuarteles de Campamento por la autoridad militar o policial.
Ya en el domicilio del Excmo. Sr. Teniente General don Fernando Fernández de Córdova, sobre las ocho de esa misma tarde, los participantes levantaron acta de todo lo ocurrido en el lance de honor concertado en la noche del día once y llevado a término en la mañana.
En este acta consta que "cuando el infante don Enrique cayó en tierra, fue reconocido por los doctores Sumsi, Leira y Rubio, resultando que tenía una herida penetrante en la región temporal derecha; las arterias temporales estaban rotas; la masa cerebral, perforada; la vida de relación y de sensibilidad, abolida; la respiración, estertorosa."
y añade: "..acompañado por testigos de una y otra parte hasta que vino una camilla que, recogiéndolo, llevó el cuerpo del señor infante al próximo campamento, se convocaron los infraescritos para la sesión presente y acordaron levantar este acta, en cumplimiento de la ley y de los usos y costumbres de los lances de honor, disponiendo, además, se escriban en el número necesario para entregar, una a los herederos del infante don Enrique de Borbón, otra al duque de Montpensier, una a cada testigo y otra para que el señor Teniente General Don Fernando Fernández de Córdova se encargue de depositarla, en tiempo oportuno, el alguno de los establecimientos públicos encargados de la custodia de papeles. Firman: Federico Rubio. Juan de Alaminos y de Vivar. Fernando Fernández de Córdova. Emigdio Santamaría. Andrés Ortiz y Arana. Felipe de Solís y Campuzano."
Bibliografía: Personajes y Leyendas de Leganés (Juan Antonio Resalt y José María Sánchez Lázaro / Un duelo bien vale un trono. www.madridvillaycorte / Episodios Nacionales - España trágica XXV de Benito Pérez Galdós. / Las pistolas de duelo II: Anecdotario de duelistas de Inmaculada Barriuso Arreba / duelosyduelistas.blogspot.com.es y madrilanea.com
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